V.II.
El
imperio Bizantino
El Imperio bizantino (también llamado Imperio romano de Oriente o, sencillamente, Bizancio)
fue un Estado cristianoheredero del Imperio romano que pervivió durante
toda la Edad Media y el comienzo del renacimiento y se ubicaba en elMediterráneo
oriental.
Su capital se encontraba en Constantinopla (en griego:
Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), cuyo nombre más
antiguo era Bizancio.
También se conoce al
Imperio bizantino como Imperio romano de Oriente, especialmente para hacer referencia a sus primeros
siglos de existencia, durante la Antigüedad
tardía,
época en que elImperio romano de Occidente continuaba todavía
existiendo.
A lo largo de su
dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de
territorio, especialmente durante las Guerras Romano-Sasánidas y las Guerras arabo-bizantinas. Aunque su influencia en África del Norte y
Oriente Próximo había entrado en declive como resultado de estos conflictos,
continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la
mayor parte de la Edad Media.
Tras una última
recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía
Comneno,
en el siglo XII, el Imperio comenzó
una prolongada decadencia durante las Guerras Otomano-bizantinas que culminó con la toma
de Constantinopla y la conquista del
resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de
existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, e impidió el avance del
Islam hacia Europa Occidental. Fue uno de los principales centros comerciales
del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área
mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos
y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se
conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del
mundo clásico y de otras culturas.
En tanto que es la
continuación de la parte oriental del Imperio romano, su transformación en una
entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se
inició cuando el emperador Constantino
I el Grande trasladó la capital a
la antigua Bizancio (que entonces
rebautizó como Nueva Roma,
y más tarde se denominaría Constantinopla).
Continuó con la
escisión definitiva del Imperio romano en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en476, del Imperio romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I, con cuyas reformas
(sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial),
el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano.
Algunos académicos,
como Theodor Mommsen, han afirmado que
hasta Heraclio puede hablarse con
propiedad del Imperio romano de Oriente y más adelante de Imperio bizantino,
que duró hasta 1453, ya que Heraclio sustituyó el antiguo
título imperial de «augusto» por el de basileus (palabra griega que
significa 'rey' o 'emperador') y reemplazó el latín por el griego como lengua
administrativa en 620, después de lo cual el Imperio tuvo
un marcado carácter helénico.
En todo caso, el
término Imperio bizantino fue creado por la
erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII y nunca fue utilizado
por los habitantes de este imperio, que prefirieron denominarlo siempre Imperio
romano (griego: Βασιλεία Ῥωμαίων,
Basileia Rhōmaiōn; latín: Imperium Romanum) o
Romania (Ῥωμανία) durante toda su existencia.
La expresión «Imperio
bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del
historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 un siglo después de
la caída
de Constantinopla
lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este
período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad
clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue
popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término
puede guardar cierta relación con el rechazo histórico de Occidente a reconocer
al Imperio bizantino como heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores
esgrimieron el documento apócrifo conocido como «Donación
de Constantino»
para proclamarse, con la connivencia del papado, emperadores romanos.
Desde esta época, en
las tierras occidentales el título Imperator Romanorum ('Emperador de los Romanos')
quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el
emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum ('Emperador de los
Griegos'), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca
aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban
herederos del Imperio romano y los emperadores de Constantinopla se
enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.
«Imperio bizantino»
es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus
contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el
Imperio romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; Imperio romano),
traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era denominado «Imperio griego» por sus contemporáneos
de Europa occidental (debido al predominio en él del idioma, la cultura y la
población griegas). En el mundo islámico fue conocido como روم
(Rûm, 'tierra de los Romanos')
y sus habitantes como rumis,
calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y
en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su fe en los territorios
conquistados por el islam.
El adjetivo
«bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo de
«decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando
la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del
Imperio bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente
también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el
Imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los
bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión
bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión
intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los
intelectuales bizantinos.
A medida que avanzó
la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi ('romanos') a helenoi (que tenía
connotaciones paganas tanto como el de romios)
o graekos('griego'),
término que fue usado frecuentemente por los bizantinos (tanto como romioi)
para su autoidentificación étnica, en especial en los últimos años del Imperio.
La disolución del
Estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad
bizantina. Durante la ocupación otomana, los griegos
continuaron identificándose como romanos y helenos, identificación que
sobrevivió hasta principios del siglo XX y que aún persiste en la moderna
Grecia.
Tras la
caída del Imperio Romano de Occidente, el Imperio Romano de Oriente se mantuvo
hasta 1453, cuando fue ocupado por los turcos otomanos. Pero su existencia
siempre se vio amenazada por pueblos como los eslavos, persas y búlgaros. Sin embargo,
bajo el dominio del emperador Justiniano (527 al 565 d.C.) se restableció la
unidad romana y Bizancio vivió una época de esplendor que la transformó en una
ciudad que no se podía comparar con ninguna otra, dada la magnificencia de sus
construcciones y obras públicas. A pesar de ello, esta época de reunificación
terminó, aunque los emperadores de Oriente continuaron alegando sus derechos
sobre las tierras que en el pasado habían dado forma al Imperio de Occidente.
A
diferencia de lo que ocurría en Occidente, el poder temporal del emperador en
Bizancio no se debilitó, e incluso llegó a tener injerencia en cuestiones de
carácter religioso. Con el tiempo, aparecieron divergencias entre la iglesia
griega y la romana. En el año 381 se rechazó formalmente la doctrina que
afirmaba que el obispo de Roma, es decir, el Papa, tenía jurisdicción sobre
toda la Iglesia; luego se agregó el rechazo al culto de imágenes sagradas,
llegándose a la mutua excomunión del Papa León IX y el patriarca Miguel
Cerulario el año 1054, lo que implicó una ruptura definitiva y el surgimiento
de la Iglesia griega ortodoxa, que perdura hasta hoy.
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